El apocalipsis nos lo envuelve Vinterberg, Stuart, Vegas, Mitchell o Bunbury, con la idea de que sólo puede ser tomado en serio como la pérdida de uno mismo que hace que el mundo deje de ser un lugar que mantener: la pérdida de ella, el duelo supremo y más intimo, la inefable soledad y el último cuerpo, es el Fin del Mundo. Por otro lado, de la mano de Becket, Medina y Vallejo nos sentimos “failers” y amamos a éstos que en español no estarían bien nombrados como perdedores y aunque un poco más preciso, fracasados (que los amamos), serían más personas que con mucho encanto fallan y vuelven a fallar mejor aún cada vez.
Nosotros queremos fallar como ellos; mientras menos exitosos, más bellos, más finos, más pulidos, más dedicados y con más oficio. Lo marginal como está afuera del sistema nos encanta, es desde afuera del sistema que se hace el arte, es desde afuera que se señalan nuevos caminos y en donde residen las obras de amor que no regulan, sino que liberan, porque es lo contenido en una eterna inercia lo que lucha desesperadamente por un control cuando se vuelve ya ilegitimo, pobre, débil… los exitosos padecen de la debilidad de necesitar de mucha aprobación, de los otros en una medida artificial.
Pensamos que algunos artistas señaladores de camino, están blindados para el apocalipsis porque son conquistadores a los que nunca les faltara tierra, porque conquistan para dar de beber, caminan siempre para alcanzar el cielo. Después de todo pocas cosas se han inventado para amar mejor y muchas para odiar con éxito, ganar se ha vuelto el negocio de los abogados intentando derrotar a otros y les debemos monumentos a las enfermeras abrigando derrotados, mitigando dolor.
Como ya se habrán dado cuenta, este Espacio (nuestro recinto) es un culto a la libertad, a la transgresión de la creación que muestra Fairey y que puede ser marginalidad, rebeldía y que envuelta en erotismo, nos salva y es la gran savia del rescate que interrumpe nuestro encierro. Este recinto es para darle otro espacio a la locura, para ampliar nuestras categorías con menos higiene y aceptar el relativismo estilizado y radical de que los locos pueden tener la razón y con amor a las mayorías (de la cual a veces somos parte, sobre todo en los desastres y que siempre suelen necesitar un poco de esperanza, pero que siempre hay que seducir para ser libres), sólo son unos pocos, impopulares los que pueden herir la verdad, allá un poco más adelante, donde al principio cabe un grupo selecto, pero en el destino no se les niega a un puñado. Este parlante, este grafito, se interesan por la muerte como Mutis, porque es en el olvido en el que necesitamos más voces y en el silencio donde necesitamos de memoria, aunque lo que más necesitamos es acción, presente, que nadie te venda futuros, destinos, ni te paralice con la nostalgia de un pasado, porque “el amor, la muerte y el cuerpo, esos tres no son sino uno”.
Queremos ser útiles para una mirada a Medellín desde sus calles y barrios, desde Colombia con los movimientos y su política, para hablar del mundo que nunca es más que un circuito delgado de ciudad, una vecindad y el ser querido. Aquí habrán cuentos cortos con moraleja pero sin pedagogía, imágenes inéditas de un artista y campañas ardientes (y ardidas) pero descreídas. Homenajes, muchos homenajes… celebraciones de una cotidianidad multicolor donde buscamos el infinito de almas claroscuras, mate y (escuetamente) en blanco y negro.
Prometemos explorar por ustedes mundos posibles urbanos y los mundos imposibles del arte, estilizar el diario con hallazgos de filigrana, desatando ideas que propongan nuevos comienzos y proponiendo conceptos para escapar y agazaparnos. Como tenemos más oficio que talento, buscaremos un destino junto a usted, querido concurrente (próximo aliado o cómplice). Haremos todo lo necesario para no estafarlos porque nos perderemos juntos y haremos de nuestra perdida retozo, para al final luchar hombro a hombro por encontrar, encontrarnos, salvarnos, como la felicidad hecha por destellos de hallazgo que duran minutos y sinfonías de silbidos en trocha que, frente a la felicidad agarrada, son días enteros.